El golpe de Estado puso fin en Chile a casi 50 años de desarrollo de la
institucionalidad democrática, inaugurada con la aplicación de la Carta
de 1925 tras la caída de la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo en
1931. Tal institucionalidad venía experimentando desde comienzos de los
60 una fuerte erosión producto de los proyectos mutuamente excluyentes
de los sectores políticos dominantes. En lo más cercano el golpe
clausuró la "vía chilena al socialismo" largamente esperada por los
sectores de izquierda e inauguró un extenso período De facto
caracterizado por la concentración casi total del poder en la Junta de
Gobierno y en la figura del General Pinochet, así como una fuerte
represión sobre los sectores opositores y disidentes (políticos,
sindicales y gremiales) mediante la acción de organismos de seguridad
creados para el efecto(DINA, CNI). El período terminaría en 1990, tras
la presión desarrollada por la oposición a lo largo de la década de
1980.
En lo social significó el comienzo de un dominio sin contrapeso de los
sectores empresariales, los cuales aprovecharon el desmantelamiento de
la estructura productiva estatal llevado a cabo por el gobierno de
Pinochet a fines de los 70 y comienzos de los 80, por medio de un
proceso de privatización. Por otra parte, significó el comienzo de una
pauperización de las clases medias y la precariedad e inestabilidad
laboral para los sectores asalariados. También el golpe significó el
comienzo de un largo exilio para miles de chilenos.
En lo estrictamente económico significó un cambio radical de orientación
del papel del Estado en materia económica: de un rol productor y
estatizador desarrollado desde la década de los 20, se pasaría a uno de
tipo subsidiario, inspirado en las doctrinas económicas neoliberales;
éstas privilegiaron en Chile un control estricto de la inflación y de la
emisión del circulante, así como una política radical de
privatizaciones de las empresas públicas y el fomento de las
exportaciones de bienes producidos por el sector primario(agrícolas,
mineros) y la importación de bienes de consumo y de capital.
En lo cultural, el golpe significó el comienzo del llamado "apagón
cultural", caracterizado por la represión y autorrepresión de ciertas
manifestaciones culturales consideradas contrarias a la línea del
régimen militar.
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